PROYECTO

Financiado por el Fondo de Desarrollo Cultural y Las Artes, Ambito Regional de Financiamiento Convocatoria 2023
  • Los Chonos o Wayteca


    Los Waytecas fueron los hombres de las islas. Con ellos habría empezado la historia, los hombres del archipiélago, las primeras pisadas del ser humano por las playas barrosas de Chiloé. 

    Su territorio iba algo más al norte del Estuario de Reloncaví y el Canal de Chacao, y por el sur llegaron a bordear el Golfo de Peñas, de acuerdo a la información aportada en los primeros tiempos de la colonia. 

    Al despoblarse las islas Guaytecas y los alrededores, por gestión de los misioneros jesuitas, los Chonos que no lograron ser capturados y recluidos en la isla Caylín, se refugiaron más al sur, talvez ocupando el territorio Qawáshqar del archipiélago de Wellington o bien fusionándose, en algún grado con otros grupos australes. Lo cierto es que, a mediados del siglo XVIII, se encuentra a los Chonos en esos sectores. (Cárdenas, Montiel, Grace, pág.98 y 99)

    Entre Chiloé y la gran Península de Taitao se desgranan en el Océano Pacífico un sinnúmero de islas separadas por laberínticos canales: el Archipiélago de los Chonos o Guaytecas. Ya su denominación indica la primitiva presencia del hombre. 

    Chonos es el nombre de un antiguo pueblo de diestros canoeros recolectores de mariscos, pescadores y cazadores. Su área de dispersión abarcó aproximadamente unos 45.000 kilómetros cuadrados, aunque por los rasgos económicos de su cultura no pueda hablarse de una ocupación sino más bien de transito marítimo y de un reducido aprovechamiento periférico insular. (Barros, Armstrong, pág. 57) 
  • Características físicas


    Prominencia de los arcos orbitarios. De cara baja, nariz mediana, y con estatura de no más de 1,56 cm, los hombres y 1,40 cm, las mujeres. (Cárdenas, Montiel, Grace, pág. 100)

    El padre Ferrufino los describe como gente de “cabello rubio y el color del rostro trigueño”, contraste muy notorio con sus vecinos hullis del área de la península de Taitao y Golfo de Penas que, según el mismo padre, “tienen las carnes negras” y “el cabello gordo como cerdas”.

    La pigmentación la supone a causa de “las continuas injurias del sol y aguaceros y de las malas comidas, porque no comen más que marisco crudo”. (Urbina, pág. 32)

    Reducida estatura, fornidos, piel clara, pelo negro muy abundante y enmarañado, ojos oscuros y oblicuos. (Barros, Armstrong, pág. 57)
  • Su Población


    Los Chonos constituían pequeñas unidades socio-políticas de tres a cuatro familias que se instalaban transitoriamente en sectores costeros, reclamando un determinado territorio, el que era defendido contra posibles invasiones. (Cárdenas, Montiel, Grace, pág.103)

    Su número y densidad poblacional, no se aprecia como muy alta, por lo menos en tiempos de la Colonia, aun cuando en la primera expedición de los jesuitas hacia el archipiélago, efectuada en 1609 encontraron pocos sitios que no estuvieran “algo poblado”. 

    También se señala que estaban divididos “para que no les falte el alimento”. Así el P. Venegas entre 1612 y 1613 bautiza en Guaytecas a 220 Chonos, indicando que no más de 50 habían dejado de recibir el sacramento. 

    También a comienzos del siglo XVII, el P. Diego de Torres, señalaba que casi las mil islas que constituyen el archipiélago de Chiloé, “se encontraban pobladas de tres o cuatro personas cada una”, calculando que en las Guaytecas la población era entre 300 a 400. 

    Los españoles contabilizan entre 50.000 y 70.000 indígenas a su llegada, sin diferenciar entre veliche y chono. Rosales señala que en el viaje que hace Joaquín de Rueda, ya la cifra inicial había disminuida a 36.000 y más tarde en 1593, cuando Luis de Salinas visitó estas costas, no quedaban más de 12.000, número que en 1642 alcanzará sólo a 1.300. Pensamos, sin embargo, que estas confusas estadísticas reflejan básicamente a la población veliche con quienes se desarrolló la Encomienda. 

    La drástica disminución anotada obedece al intenso tráfico esclavista de esos años como lo anota el testimonio directo de una Carta del primer misionero jesuita, el P. Melchior Venegas, fechada en 1610: “por la minuta que se hizo agora 10 o 12 años consta, que avía más de quinze varones de lanza sin las mugeres, e hijos chiquitos, y agora no ay más de tres mil almas grandes, y chicos en toda la Ysla a causa de que las han ydo sacando cada año los navíos que allá van…” 

    La fundación de centros de evangelización y centros de colonización por parte de los jesuitas, que llamaron reducciones, consistió precisamente en la captura o persuasión a los pueblos canoeros para que vivan en las misiones. Aún cuando muchos eran traídos desde los archipiélagos al sur del istmo de Ofqui, también había chono entre ellos. Por ejemplo, en 1710 treinta familias chono y más tarde otras veinte familias “o más de 500 almas” son llevadas a la isla Guar y otras dos islas del Reloncaví. 

    Alrededor de 1743 comienza a funcionar la reducción de Caylín donde también se concentró un gran número de chono; estos fueron pasados por los franciscanos a Chaulinec en 1780 – 1781 de donde regresaron solo 22 sobrevivientes chono de nuevo a Caylín. En 1773 un censo hecho por 3 Beranger anota 192 chono y guaiguén. 

    Cuando King pasa por esta isla en 1865 contabiliza 250 habitantes, distribuidos en 40 casas, sin embargo, no sabemos si eran chono. El último antecedente entregado por este pueblo es entregado por Simpson en 1870, cuando se encuentra en la isla Puquitín, entre Ascensión y Guaytecas, con la que él considera la última familia chono, aun cuando Darwin ya en 1835 advertía acerca del despoblamiento de éstos archipiélagos. 

    Cuando se impulsa el sistema de reducciones, un siglo después de la ocupación española de Chiloé, los chono se encontraban numéricamente disminuidos como pueblo. 

    Desconocemos los factores puntuales de que fueron objeto por parte de los europeos. Cuando se inicia el despoblamiento de los archipiélagos al sur de Chiloé, ya los chono compartían territorio con los Qawáshkar, tanto al norte como al sur del istmo de Ofqui. Este factor pudo facilitar la integración de los chono con los otros pueblos fueguinos.

    Su desaparición, en Chiloé, está directamente vinculado con su reducción a algunas islas del archipiélago, situación que perdurara hasta fines del s. XVIII. (Cárdenas, Montiel, Grace, pág. 106)
  • Actividades de Subsistencia

    Del mar obtenían peces, crustáceos, lobos, pájaros, nutrias y ballenas cuando estas varaban. Las playas eran prodigas en mariscos y algas. Entre las bayas comestibles existentes está el calafate, el mechai, la chaura, la murta, el cauchahue, fruto de la luma; también aprovechaban el tallo de la nalca, papas silvestres, etc.

    Los cronistas destacan que era la mujer quien buceaba las heladas aguas del archipiélago, “estando bien o mal de salud, encinta o luego de haber dado a luz”. El P. Diego de Torres, también nos agrega que el hombre se queda en el toldo manteniendo el fuego o bien buscando leña. La actividad de buceo, sin embargo, no fue exclusiva de la mujer y, al parecer, no existía una asignación de roles estrictos para uno y otro sexo. Este hecho determinaría una posición social similar en el hombre y la mujer.

    Para atrapar los peces usaban anzuelos de huesos y según Cortes Hojea (1553) también anzuelos de madera y redes de hilo echas de corteza “de unos árboles que llaman quantu”. Medio siglo después el P. Diego de Torres, habla de “unos 4 corrales de ramas espesas o de piedra que suelen hacer en las mismas ensenadas”, para capturar peces. Nicolás del Techo (s.XVII) dice que las mujeres “se lanzan al agua y salen con buen acopio de peces en canastillos pendientes del cuello”. Webster (1828-1830) informa: atan bien una lapa a su concha y con un cable descienden la carnada; cuando el pez traga el marisco, se tira cuidadosamente hacia la superficie para evitar que suelte la presa. “La mujer espera el momento favorable, y con gran destreza, mientras sujeta con una mano el pescado de la cuerda, lo atrapa con la otra y lo arroja rápidamente a la canoa”.

    Byron, además, vio como los perros ayudaban a rodear a los peces hacia sitios donde podían ser capturados posteriormente con red. “Dos indias se meten al agua teniendo la red; entonces los perros, tomando una gran distancia, se sumergen en busca de peces y los corren hacia la red”.

    El lobo de mar constituía un elemento fundamental de su cultura, no sólo como alimento sino que además la grasa de este animal, aplicada a su cuerpo, los protegía en alguna medida del frio y del agua; su cuero era utilizado como vestimenta y como cordel, a manera de tientos. Incluso frente a la carencia, de agua, escasa en los archipiélagos del sur, debían beber aceite obtenido del mismo animal. Los chono trocaban barbas de ballena, aceite y otros productos, por granos y papas en Castro.

    Si bien los chono, no desarrollaron el recipiente de barro que podía ser introducido al fuego para cocinar, inventaron lo que pudo haber sido su antecesor: un recipiente a base de corteza calafateada, usando técnicas similares a las empleadas en la construcción de las embarcaciones. Así lo describe el P. Rosales: "...cuando quieren hacer algún regalo y cocer algún pescado, lo cuecen en unos como baldes que hacen de cortezas de árboles, cocido el suelo con soguilla. Y como esta olla es de madera y no se puede poner al fuego, y es más fácil de quemarse que si fuera de madera (porque es de corteza delgada) les ha dado traza la naturaleza y la necesidad, que es industriosa, para cocer en ella lo que quieran, y es meter algunas piedras en el fuego, y en estado bien encendidas, irlas echando en el agua del pescado, hasta que hierve y se cuece…". Con igual sistema hacían tinajas para guardar sus alimentos, aunque pareciera que también conocían el tejido de la cestería.

    El faenamiento del lobo consideraba la obtención de tres elementos: piel, carne y grasa. La piel era extraída conjuntamente con la grasa, y luego sobre una gran roca, que oficiaba de mesón, se le soltaba la grasa. Si el cuerpo pertenecía a un animal nuevo podía ser utilizado para confeccionar tientos para red o cuerda de arpón; en este caso el cuero era enrollado como un paquete y dejado a la intemperie para que al sufrir una ligera putrefacción, se pueda soltar con facilidad la epidermis de los pelos. Si el cuero iba a ser destinado a otros fines, luego de extraída la grasa se cerraban las aberturas con fibras vegetales y se le abrían ojales a los contornos, desde los cuales se tensaban a un bastidor de madera. Luego se dejaba secar sobre un fuego de brasas, o al sol si se daban las condiciones.

    La carne era en algunos casos asada, en otras tan solo la pasaban por el fuego, soasándola, e incluso la comían cruda y para ello mordían por un extremo mientras cortaban con una concha muy cerca de los labios. La grasa era derretida, suponemos, con el mismo método de los yámanas, es decir, la colocaban en una vasija y sobre ella aplicaban piedras calientes, una y otra vez, hasta que ésta se licuaba. Este producto era fundamental para mantener la lubricación de su piel e incluso como bebida. También aprovechaban los chicharrones que resultaban de este proceso.

    Cuando encallaban las ballenas, aparte de extraerles la carne y otros elementos, desarrollaban un ingenioso método para derretir su grasa y éste consistía en confeccionar un canal en un tablón grueso, donde iban colocando la grasa y sobre el mismo hacían una fogata, la que permitía que la grasa se derrita y al mismo tiempo corriera por este canal y pudiera recogerla en sus vasijas. Los fuertes olores de los chono que espantaban a los europeos –no hay cronista que no los refiera– se producen precisamente por la importancia que adquiere la grasa o el aceite en su vida diaria. El humo que invadía el ambiente del toldo era un excelente medio de preservación de alimentos (Cárdenas, Montiel, Grace, 118).

    Su alimento lo sacaban exclusivamente del mar. Sus redes las hacían de corteza de árbol, que servía también para hacer recipientes y aun mantas. Eran hábiles buceadores, especialmente las mujeres, que pasaban buena parte del día en las heladas aguas, como peces, “no haciendo caso ni del frío ni del calor, ni se encuentran bien o mal de salud, si están encinta o si recién dieron a luz” (Urbina, pág. 32).

    El hombre confeccionaba utensilios y preparaba alimentos, mientras las mujeres afrontaban las duras faenas de recolección de moluscos, buceando en las márgenes del canal. Los chonos cazaban constantemente lobos marinos. Les proporcionaban abundante aceite. La cacería de estos mamíferos constituía un despliegue de astucia y riesgo. El hombre extremaba su destreza. Se aproximaba por el mar. A cierta distancia se echaba al agua nadando al ras, lentamente, hacia las rocas donde retoza la manada. La mujer mantenía la canoa a la distancia. Los perros nadaban junto al cazador. Éste llevaba el dardo en una mano. Elegida la presa, emergiendo bruscamente, lanzaba el arpón y azuzaba a los perros, quienes, amaestrados para la ocasión, impedían la fuga de la bestia herida. El chono la remataba con la ayuda de un garrote o de peñascos. El tocino de foca se derretía sobre el fogón y el aceite que escurre se recogía en bolsas de cuero.

    Escribía el Padre Torre: “De ordinario beben aceite de lobo por la mucha abundancia que hay de ellos y mucha falta de agua dulce”. Este líquido constituirá pues parte importante de la dieta diaria y servirá para frotar la piel de niños y adultos en caso de mucho frío. Aprovéchese a la vez como base para la preparación de pinturas con que ornamentan su cuerpo. La comida se complementa o se varía con huevos en la época de nidificación, con pichones y aves adultas, centollas, pescado (en especial róbalos, obtenidos con anzuelos de madera o redes de hilado de corteza de quantu) y, por fin, mariscos, principalmente cholgas crudas o asadas en el fogón (Barros, Armstrong, pág. 57 y 58).

  • Como eran sus viviendas

    La embarcación podría tomarse como la vivienda del nómade marino, pero ésta no los protegía del clima, sino que era básicamente utilizada para el traslado de un punto a otro.

    La choza o toldo utilizado por los chono era muy similar a la de los qawáshqar y otros pueblos fueguinos. Sin embargo, los cronistas insisten mucho en que los chono usaban elementos vegetales para recubrir la vivienda. El Padre Lozano describía con estas palabras la vivienda de los Chono:
    “…se reducen a unos palos clavados en tierra, y cubiertos los claros con cortezas de árboles, que defienden de recibir el embate de los vientos, más no reparan contra los rigores del frío y solo a fuerza del fuego las conservan calientes, principalmente, que las forman tan bajas, y estrechas, que en algunas de rodilla tocaban los padres al techo y apenas cabían los dos extendidos. Solo tienen la triste conveniencia de poderlas fácilmente transportar a otro sitio, porque si necesitan hacer viaje a sus pescas cargan en su pyraguilla dichas cortezas y palos, y la arman de pronto donde quiera que aporta…”

    El mismo autor señalaba que el área chono era intensamente fría, a tal extremo que “se yelaban las mismas ensenadas del mar”, de allí que el prodigo fuego instalado en el centro de esta pequeña casa constituía una verdadera bendición.

    En su interior los hombres descansaban confeccionando utensilios y preparando el alimento, y eran las mujeres quienes debían bucear para obtener alguna comida cuando los varones no estaban pescando o cazando en el mar. Las largas estancias, en este ambiente de humo, enfermaban sus ojos, como atinadamente lo observa Byron. Estos toldos no disponían de una abertura para que se escape el humo, como ocurría con las viviendas del Estrecho.

    El Padre Rosales nos señala que las chozas eran semisubterráneas, porque el suelo en su interior mantenía una depresión, la cual era rellenada con ramas. Esta característica no aparece señalada en otros cronistas; no sabemos si por no estar generalizada entre los chono o sencillamente porque no fue advertido el detalle.

    La armazón característica del toldo se hacía con varillas que se unían formando un arco y eran atadas con un tipo de enredadera que se obtenía dividiéndola con los dientes. Estos arcos se entrecruzaban hasta formar una estructura que pudiera soportar adecuadamente la cubierta de cortezas, ramas, hojas (como el pangue) y pastos. Dejaban solamente una abertura para entrar, por el lado opuesto al viento dominante. Si la familia disponía de abundantes cueros, éstos ayudaban notablemente a la impermeabilidad de la habitación.

    Estos ranchitos, que transportaban a la usanza de los egipcios —como anota el Padre Venegas—, eran ubicados muy cerca de la playa y en sitios convenientemente resguardados del viento del Nor-Oeste. Sin embargo, parece que los materiales más preciados lo constituían las cortezas; las varillas y las ramas eran fáciles de encontrar en cualquier punto del archipiélago.

    El uso de cuevas naturales como habitaciones posiblemente haya sido de carácter estacional o bien para resguardarse de una tempestad o de una situación similar. El archipiélago de Guaytecas posee infinidad de cuevas que pudieron ser propicias para este fin, pero creemos que estos lugares fueron utilizados preferentemente como sitios mortuorios, al menos durante los últimos siglos.

    Sus ranchos eran portátiles, hechos de ramas y pieles de lobo marino, morada común en todos los indios canoeros del sur. La superficie de estos ranchos era tan reducida “que adentro hay que ponerse de rodillas para no tocar arriba y su longitud apenas es la de un cuerpo tendido” (Urbina, pág. 32).

    Varas clavadas en el suelo, unas junto a otras, curvadas y cubiertas de ramas, helechos, champas y probablemente cueros de foca, con una pequeña abertura a modo de entrada, orientada en sentido contrario al viento dominante. El fogón, constantemente alimentado con leña de los bosques circundantes, en el centro de la vivienda, mantenía a toda hora el ambiente calefaccionado. Los mayores debían desplazarse agazapados, pues la altura del refugio no superaba el metro, y la superficie total no era mayor a cuatro metros cuadrados (Barros, Armstrong, pág. 57).

  • Como Vestían

    La desnudez del hombre y la mujer impresionó fuertemente al europeo. El Padre García señalaba que en ninguno de los dos advirtió “aquel natural pudor que causa la desnudez, ni ellos extrañaban que nosotros los viésemos desnudos”.

    A simple vista la vestimenta del chono y de los otros fueguinos resultaba inapropiada para un clima severo como el de los canales. La vestimenta consistía en una capa corta que les cubría las espaldas y la parte superior del tronco; había otra un poco más larga que pasaba de la cintura y a veces llegaba a medio muslo. Esta manta era especialmente de piel de lobo marino o nutria, tejida con lana de perro o de la corteza interior de “unos árboles que llaman quantu” e incluso hecha de un tejido de plumas finas.

    El P. Ovalle, citando al P. Gregorio de León, señalaba que “se visten de cortezas de árboles en algunas islas y otros con barro amasado con ciertas raicillas”, y agrega que “de una paja que llaman ñocha y otra cortadera hacían un modo de lienzo que les cubría la decencia, atado a la cintura con una soga de la misma paja”.

    El P. Lozano, guiándose por el P. Diego de Torres, refiriéndose a los Chono, escribe:
    “…y el que más decencia usa, se cubre por la parte anterior desde la cintura a la rodilla con unas hojas grandes y duras que, como excremento arroja el mar en sus playas”. Sin embargo, el mismo cronista diferencia este cobertor de pubis del que usaban los Chono de las Guaytecas, “texida con los pelos de unos perros grandes, muy lanudos que crían para tal efecto”.

    Otros autores anotan que esta pieza era confeccionada con el mismo material de las capas, e incluso, según el P. del Techo, “llevaban las partes vergonzosas con una red de conchitas engarzadas”.

    La vestimenta que hemos descrito era patrimonio más bien de jóvenes y adultos, mientras que los niños andaban completamente desnudos, al igual que los mayores en temperaturas propicias o cuando navegaban.

    Aparte de la protección que les brindaba este vestido, debemos recordar que la grasa o aceite con que cubrían todo su cuerpo —a veces mezclado con tierras arcillosas— lo impermeabilizaba al agua o al frío, permitiéndoles una mayor libertad de movimientos en sus embarcaciones. Esta práctica daba lugar a esa fuerte hediondez que obligaba a los europeos a “pasar a barlovento de ellos”.

    Era común el uso de collares de concha, caracoles, huesos, hongos, escamas de pescado, diademas y plumas, las que eran engarzadas en nervios o tripas de animales. Los hombres, que también colgaban alguno de estos adornos, además depilaban los pelos de su cara con unas conchas accionadas a manera de tenacitas.

    Los Chonos de las Guaytecas solían andar vestidos con ropa de lana “que se parece mucho a nuestras esclavinas y son ásperas”. Otras veces, el atuendo se reducía a un corto tapado o especie de manta que usaban los jóvenes y adultos, tan pequeño que “calentada una parte del cuerpo, tapan la otra para el mismo efecto”. La lana la trasquilaban a unos “perros grandes lanudos”, pero esto lo hacían solo los de las islas Guaytecas, o usaban plumas de “quentu” como señala el padre Segismundo Guell en 1769, plumas que aprovechaban también para hacer sus “colmanes” o especie de colchón.

    Sin embargo, normalmente andaban desnudos y apenas tapaban sus vergüenzas con cortezas, como lo describe Cortes Ojea en 1557 (Urbina, pág. 32).

    Fiel e inseparable compañera en los descansos, travesías y búsquedas, era una raza de perros lanudos, “grandes” según el Padre Torres, misionero jesuita en la colonia. Los trasquilaban en primavera. De su lana confeccionaban pequeñas mantas.

    Sin embargo, la mayoría de las vestimentas de los chonos se reducían a trozos de cuero de lobo, similares a las capas usadas por kawéskar y yámanas. En algunos casos reemplazaban los cueros por la corteza fibrosa de un vegetal que llamaban quantu, macerada a golpes de piedra “hasta que quedaba suave y dúctil”.

    Los niños andaban completamente desnudos. (Barros, Armstrong, pág. 58)

  • Su embarcación la Dalca


    La primera descripción de la dalca la hace Gerónimo de Bivuar en 1553, quien viajaba en la expedición de Francisco de Ulloa. A la altura del Archipiélago de los Chonos encontraron en tierra una canoa “hecha de tres tablas muy cocidas de 24 a 28 pies (7 a 8 mts.), y por las costuras tenia echado un betún que ellos hacen” La voz dalca o dallca proviene del idioma mapuche y se refiere a una embarcación para balseo. Esta canoa fue usada por los indígenas de Chiloé -tanto Chono como Veliche- y por los pehuenches del sector del Nahuelhuapi, difundiéndose hasta el Estrecho de Magallanes, durante el periodo hispano. (Cárdenas, Montiel, Grace, pág. 129)

    La mayor parte del tiempo vivían en sus piraguas de tres tablas que eran, en realidad, chozas flotantes. (Urbina pág. 32) 
  • Aspectos constructivos

    Han sido muchos los cronistas coloniales que describieron con minuciosidad las técnicas constructivas y las características estructurales de la dalca. El siguiente es el testimonio del Padre Pedro González de Agüeros, en 1791:
    “…Lábranlas en disposición que por los extremos las angostan para poder formar la popa y la proa, las ponen luego al fuego o dejándolas quemar por encima. Para construir después la Piragua, y unir aquellas tablas hacen en éstas a distancia de dos pulgadas por ambos lados unos pequeños barrenos y por éstos la cosen con unas soguillas que texen a unas cañas sólidas que llaman Colegues, y forman una verdadera costura como si unieran dos retazos de paño. Para que por la unión de las tablas no se introduzca el agua en la embarcación aplican por dentro y fuera a lo largo de la tabla unas hojas de árbol machacadas, y sobre éstas pasan las puntadas, y con las mismas hojas calafatean los barrenos. Construidas en esta disposición quedan como si fueran un perfecto bote o barco, pero sin quilla ni cubierta. Para que puedan resistir ponen por dentro unas curvas que llaman barrotes, aseguradas con cuñas de madera en lugar de clavos. Son por todo esto peligrosas; y como ni sus velas, remos y demás aparejos no son cuales necesitan embarcaciones tales, van expuestas a zozobra con facilidad, y es mayor el riesgo por el descuido con que navegan…”

    Esta descripción está referida a la dalca de tres tablones, la más elemental de las conocidas. (Cárdenas, Montiel, Grace, pág. 132)

    Góngora y Marmolejo, en 1569, se refiere a una dalca entre ocho y once metros de largo, por 80 centímetros de ancho y accionada hasta por once remadores. Autores posteriores hablan de embarcaciones de veinte metros y con más de 25 personas a bordo.

    A comienzos del siglo XVIII aparece la dalca con dos tablones laterales y, a fines de ese mismo siglo, se les agrega las falcas. Con estos cambios, los laterales se enaltan, el casco se vuelve más ancho y adquiere una forma redondeada. En estas transformaciones se insertan los toletes o tarugos, en el borde, para sostener un remo de brazos más largo que el anterior.

    Las herramientas de las culturas indígenas australes eran muy rudimentarias. Derribar un árbol de alerce o ciprés debió significar una gran faena, realizada por un grupo de individuos que actuaban disciplinadamente y obedecían a un anciano en las distintas etapas constructivas.

    Los árboles eran volteados, al menos un año antes de obtener los tablones, para que la madera lograra el secado apropiado y fuera más duradera. La primera etapa constructiva partía desgajando longitudinalmente el tronco, mediante cuñas, en dos segmentos. Cada uno de ellos era vuelto a partir y desgastar hasta lograr un grosor entre 6 y 10 centímetros. Para el fondo se requería de otro árbol que era tratado de similar manera. La pieza que hacía de fondo quedaba algo cavada en el medio; en el tercio central tenía mayor espesor y se adelgazaba en los extremos, para lograr ese arqueado que los cronistas comparan con los cuernos de la luna nueva o con la lanzadera de un tejedor.

    Los tablones eran arqueados con la aplicación de fuego y agua, alternadamente, y “entre estaquillas lo van encorvando lo necesario”, observaba el Padre Rosales. El Padre González de Agüeros nos cuenta que las dalcas que él conoció, a fines del siglo XVIII, iban internamente reforzadas con curvas naturales de luma, adheridas a los tres tablones con tarugos de madera. Estas cuadernas iban amarradas al plano del bote por los costados, manteniendo abiertos los tablones y dándoles firmeza.

    Complementaban este embarrotamiento los bancos cruzados, remachados también mediante tarugos a los tablones laterales. A estos laterales se les hacía un corte a bisel o chaflán que les daba mayor amplitud a la barca, elevando oblicuamente sus costados.

    Estas tablas eran finalmente unidas mediante una soguilla confeccionada de la fibra exterior de la quila que, luego de permanecer en maceración, era machacada entre piedras. Para lograr este cosido había que hacer perforaciones —llamadas digueñ— en los bordes de los tablones. “Abren con juego estos agujeros” —nos enseñará Rosales—, que eran de 1 cm de diámetro y se abrían “a distancia de dos pulgadas, por ambos lados”.

    En esta última etapa de la construcción de la embarcación, el calafateo tomaba un papel fundamental. Además de las soguillas de quila majada o mapua, se usaban también el voqui (una enredadera o liana), la ñocha y la corteza del pillo‐pillo.

    Antes de tensar el cosido, se estopaban las junturas de los tablones, por dentro y por fuera, con cochai —una estopa fina del interior de la corteza del alerce—; también se utilizaba la fibra de la quila machacada (mapúa) y las hojas viscosas de la quiaca. Hay cronistas que mencionan el sebo de lobo como impermeabilizante complementario.

    Se aplicaba sobre esta estopa una faja de corteza de alerce o, como describe Fray Pedro González de Agüeros:
    “…y en la juntura que hacen las tablas ponen una caña hendida de largo a largo, y debajo de ella y encima de la costura, una cáscara de árbol que se llama maque; muy majada al coser, hace esta cáscara una liga que defiende en gran manera el entrar del agua.”

    Finalmente tensaban la soguilla, pasada por los hoyos con una aguja de quila, y cuando ya no apretaba más, volvían a repasar con estopa fina todas las posibles vías de ingreso de agua, especialmente en los barrenos. Pero, aun cuando se tomaran todas las medidas para un efectivo calafateo, siempre destinaban a un tripulante para extraer el agua filtrada.

    Para achicar el agua —como se dice en Chiloé— utilizaban un tiesto hecho de corteza de árbol o de cuero de lobo, el cual posteriormente derivó en la palita de madera que ha servido hasta nuestros días. (Cárdenas, Montiel, Grace, pág. 136)

    Las primeras dalcas referidas por los cronistas eran accionadas por seis o más remos cortos, o paletas, según su capacidad. La paleta consistía en un asta hecha de un palo cilíndrico, al cual se amarraba una tabla delgada rectangular, más ancha abajo, con perforaciones en el centro del extremo más angosto. Estas perforaciones servían para unir la pala al asta mediante soguillas de quila, nervios de animales, barbas de ballena y diversos otros vegetales. (Cárdenas, Montiel, Grace, pág. 137)

    Había un lugar de la dalca destinado a transportar el fuego, que muchos han querido interpretar como un fogón para cocinar o calentarse. El P. José Gumilla escribe, casi a mediados del siglo XVIII:
    “…en el fondo de esas embarcaciones tienen siempre un fogón de tierra y en él arden sin cesar algunos trozos de madera a pesar de que por medio de la pirita de hierro saben aquellos isleños procurarse fuego con una maravillosa destreza. Las mujeres tienen el encargo de remar en estas navegaciones, y allí, como en la cabaña, son ellas quienes mantienen el fuego.” (Cárdenas, Montiel, Grace, pág. 139)

  • Su organización social

    Su estructura social descansaba en la familia. Agrupaciones de tres o cuatro unidades familiares que constituían campamentos, removidos periódicamente. 

    Cuando los conocieron los europeos se ejercía, al decir de algunos cronistas, un patriarcado despótico: “Aún en el trato común son crueles con ella –señalaba Byron- porque por más que el trabajo y las penurias de buscar los alimentos pesan enteramente sobre la mujer, no se le permite ni que toque un pedazo de ellos hasta que el marido no se haya satisfecho, y, aún entonces, él le elegirá su ración, que es muy escasa y de aquello que el estómago no le ha aguantado…” 

    El P. Diego de Torres, escribe: “…pero éstas son las que sufren el mayor trabajo…como buzos se echan á lo profundo del mar sin que les sirva de obstáculos, hallarse preñadas ni el estar acabadas de su parto i los indios se ocupan en buscar i conducir leñas para sus chozas” (Cárdenas, Montiel, Grace, 152)
  • Creencias mágicas y medicina

    Sus enfermedades eran atendidas mediante yerbas medicinales, seguramente mezcladas con prácticas mágicas. Byron observa que los cambios bruscos de temperatura a que se sometían estos pueblos australes, que salían del agua y se acuclillaban al calor de fogata del toldo, producía en ellos una hinchazón de piernas que él llamaba elefantiasis. 

    Las epidemias que devastaran mayormente la población, serían provocadas por virus europeos; así la peste de 1633, de la que habla Brouwer, aniquiló la tercera parte de la población; y la viruela, en 1737 –atribuida a la caída de un meteorito- sería también catastrófica; lo mismo ocurrió con la peste de 1789 que mermó la población en más de 3 mil habitantes. 15 Tenemos conocimiento de diversas prácticas mágicas Chono, especialmente para evitar el mal tiempo, muchas de las cuales han llegado incluso hasta nuestros días, como el no tirar conchas o algas al fuego. (Cárdenas, Montiel, Grace, 156)
  • El final del pueblo Chono

    Parece que en tiempos históricos fueron atacados por los chilotes y tal vez esclavizados en gran número por los navegantes europeos de los siglos diecisiete y dieciocho. Hasta que llegaron los misioneros. Imposible evangelizarlos empleando tanto tiempo en grupos reducidos y con resultados tan inciertos, ya que año a año debería el sacerdote recomenzar casi de cero.

    Se concibió entonces un plan audaz que, mirado ahora, constituyó una torpeza. En el segundo cuarto del siglo XVIII se los trasladó a Chiloé, a la isla Chaulinec, nombre chono que presumiblemente se originó en ese entonces.

    ¿Nostalgia, enfermedades, derrota? Los chonos se diezmaron aceleradamente. Por otra parte, el choque cultural resultó tan desmesurado que en poco tiempo se agotaron las reservas ancestrales y ya los descendientes, sin vestigios propios y sin cohesión, no encontraron incentivos para volver a sus islas.

    Hoy, en Repollal, cerca de Melinka, algunos de los actuales vivientes tal vez tengan algo de la sangre autóctona.

    Recordemos con emoción al único chono individualizado que perdurará como hito de aquella raza desaparecida. Se llamaba Co. Lo bautizaron con el nombre de Pedro. “Tiene algunos sembrados de papa…” escribió el Padre Torres.

    Co, hermano nuestro, tal vez como hombre responsable y humilde, en tu afable mansedumbre no derramaste una lágrima ante la tragedia de tu raza. Sé depositario ante el buen Dios de nuestro arrepentimiento; del tardío pero sincero dolor de los “civilizados” por la aniquilación infligida despiadadamente a los aborígenes australes de América, y recibe en ti este pequeño homenaje a ellos y, en especial, a tu pueblo extinguido. (Barros, Armstrong, pág. 59)

  • Bibliografía

    • Chiloé revista de divulgación del centro Chilote. Concepción, Chile, año 1988, Dr. Rodolfo Urbina Burgos. https://www.memoriachilena.gob.cl
    • Los Chonos y los Veliche de Chiloé. Renato Cárdenas A, Dante Montiel Vera, Catherine Grace Hall, año 1991. https://www.memoriachilena.gob.cl
    • Aborígenes Australes de América. Álvaro Barros y Eduardo Armstrong, 1975. 
Equipo de Trabajo
  • PEDRO BORQUEZ PAILLACAR (Escultor)
  • CYNTHIA SARAH ZIEHLMANN GALLARDO (Desarrollo Bibliografico)
  • LIA FLORENCIA GALVEZ ZUNIGA (Ilustraciones)
  • ARTURO SOLIS GONZALEZ (Desarrollo audiovisual)
  • MIGUEL ÁNGEL SANDOVAL (Desarrollo Web)
PROYECTO FINANCIADO POR EL FONDO NACIONAL DE DESARROLLO CULTURAL Y LAS ARTES, AMBITO REGIONAL DE FINANCIAMIENTO, CONVOCATORIA 2023.